GARRIDO, DIEGO
Stanislaus, segundo hijo varón de una destructiva estirpe de borrachos, quisiera creer, como su hermano mayor, que la literatura salva. Pero quizá solo distraiga o alivie. «Todos los seres humanos -apunta un 12 de mayo en su diario o Libro de los días- pasamos la vida elaborando ficciones en nuestras cabezas, solo que algunos pocos logran pasarlas al papel y quedarse más o menos a gusto. Yo tengo la obsesión sin la capacidad. Cuanto más escribo más la tengo.» Pero a su lado está Jim, un probable idiota o un genio que hace palidecer esta obsesión ascendente de su hermano menor o «piedra de afilar».
¿Qué opción le queda a Stanislaus, atrapado en esa ruina de clase media decreciente que es su hogar? No quiere parecerse a Jim, que es un irresponsable, un descerebrado total, capaz de entusiasmarse con cualquier tontería y de renovar su entusiasmo sin sentirse absurdo; pero menos aún quiere asemejarse a su padre, una especie de Abraham irlandés violento y cantarín ahogado en alcohol, «un Saturno con orejeras»; o a su hermano Charlie, un sacerdote en ciernes y un bebedor adicto a los burdeles; o a sus muchas y pobres hermanas, herederas del silencio de su madre.