PARDO, EDMÉE
Como había decidido ocultarle la existencia de Larry a Mamá, no le comentaba cada vez que Papá y yo íbamos a comprar sus ratones y me cuidaba de que no oyera cuando él me hablara para ver si le había cambiado el agua. El secreto número tres, junto con otras cosas que luego entendí, había ocasionado el secreto numero cuatro: no querer comer.